Reflexión covid-19
Todos estamos a la espera de que el virus covid19 pase y volvamos a la normalidad, pero ¿Qué historia nos deja esta pandemia?
Muchas personas con problemas de audición no poder ver la boca les ha supuesto unos meses de silencio en algunas de sus relaciones, otras personas han tenido que reducir sus iteraciones a medios tecnológicos, es decir el silencio del canal háptico (tacto), por otro lado, las personas contagiadas han sufrido innumerables efectos secundarios entre ellos la perdida o deterioro del gusto y el olfato. Además del impacto contra nuestros sentidos los confinamientos y restricciones en la movilidad, así como el distanciamiento social (canal proxémico) han generado un síndrome de ansiedad colectiva que se agrava en algunos colectivos como el sanitario con el estrés de la sobrecarga y tensión laboral.
Nuestra gestión emocional se ha visto afectada y la incertidumbre acaba minando el control a nivel personal y colectivo, a todo esto hay que sumar el importante número de muertos y las situaciones de despedida fallida de los mismos por parte de familiares e íntimos.
En la descripción de la respuesta comportamental observada no voy a hacer mención de los minoritarios comportamientos imprudentes e insolidarios que aunque ocupan nuestros noticiarios son insignificantes frente a los 7500 millones de personas que habitamos el planeta.
Por franjas de edad:
Los mayores de 65 han incrementado la tristeza y resignación a la soledad, entregando generosamente un bien que no les sobra, su tiempo, ya que son los primeros en aplazar los encuentros familiares.
Los maduros entre 35 y 65 son los que soportan el sostén económico. La crisis incrementa la tensión y acrecienta la sensación de indefensión frente a circunstancias totalmente incontrolables que van de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) a los despidos y cierres por quiebra. Dentro de este colectivo están los mayores de 45 que en caso de pérdida de empleo y por su supuesta limitación en las nuevas tecnologías no alcanzan procesos de selección, quedando en situaciones de precariedad extrema.
Los jóvenes entre 25 y 35 con cualificaciones altas que suponen un esfuerzo continuo de formación, en un mercado laboral que ha sufrido en poco tiempo dos crisis y una globalización neoliberal que merma cada vez más las posibilidades de desarrollo profesional. Este grupo acumulan el cansancio de ver como crecen más rápido los requerimientos para cubrir puestos de trabajo que su capacidad de adquirir nuevas competencias.
Los menores de 25 que se encuentran en una fase formativa desajustada con los rápidos cambios del mercado, conscientes de que muchos de los trabajos que conocemos dejaran de existir y que tengan que desarrollarse profesionalmente en puestos que ahora ni existen. Es decir, sumando a la confusión típica de la edad, la de un mundo cambiante e impredecible que evoluciona sin tener en cuenta la naturaleza de las personas.
Efectos sociales:
- Efectos psicológicos
- El suicidio, como vía de escape de la pérdida de dignidad.
- La ansiedad al querer controlar situaciones que se escapan a nuestras competencias.
- Depresión y cronificación de la tristeza, al no recibir ayudas para superar situaciones de sock.
- Estrés en colectivos con implicación personal que debilita nuestro sistema inmune, además de aumentar el riesgo cardiaco.
- Insomnio incrementa el cansancio y la irritabilidad.
- Alza en las adiciones.
- Miedo al contagio y a las posibles consecuencias.
- Incremento de alteraciones alimenticias, TOC, agorafobia …
- Aparición y fortalecimiento de pensamientos populistas, negacionistas, nacionalistas, extremistas y antisociales que tienen como objetivo el fragmentar y enfrentar más la sociedad, siendo el resultado de la retroalimentación que provocan las redes sociales (te propone contenidos en función de los que consumes, lo que te encasilla cada vez más en pequeños y radicales espacios ideológicos)
- Búsqueda de culpables que enfoca como siempre al diferente, minoritario y vulnerable, es decir el migrante, el de otra raza, el de otra creencia, el de otra ideología, el sin techo …
- Movimientos económicos especulativos.
- Desprestigio de la clase política mundial con una gestión deficiente y reactiva.
- Revisar el valor de la ciencia y la tecnología.
- Avance sin precedentes en la digitalización.
- Mayor cantidad de información, pero de fiabilidad más cuestionable y sesgada.
- Aumento de la generosidad, reflexión y empatía.
- Encontrar un sentido a la vida, necesidad de desconexión, de reinventarnos, de cambiar “el día de la marmota”.
- Ampliar los ámbitos de amistades y de actividades.
- Prestar mayor atención a la salud, concretamente al deporte y la alimentación.
- Mejorar competencias personales y profesionales a través de la formación.
En general estamos un poco “encogidos” en nuestra manifestación comportamental, ya que las circunstancias nos limitan e impactan emocionalmente, sólo los que tienen trastornos empáticos (psicópatas, sociópatas, neuróticos …) no se ven afectados por las situaciones a que nos expone la pandemia cada día, además de la infoxicación informativa que ayuda a que sea casi imposible mantenernos al margen.
Creo que es una situación temporal y las consecuencias en su mayoría tendrán carácter transitorio, no soy optimista en cuanto al aprendizaje de esta situación a nivel global, pero creo que servirá para que algunos se activen y se comprometan a aportar otra visión más sostenible y humana.
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